La llegada de los tres by Stephen King

La llegada de los tres by Stephen King

autor:Stephen King [King, Stephen]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1987-01-01T05:00:00+00:00


OCHO

Roland observó cuidadosamente a Eddie, y a pesar de que en el momento que quisiera podía haberlo matado seis veces, eligió mantenerse quieto y callado y dejar que Eddie elaborara por sí mismo la situación. Eddie era muchas cosas, y muchas de ellas no eran agradables (como alguien que conscientemente ha dejado que un niño cayera hacia su muerte, el pistolero conocía la diferencia entre agradable y no del todo bien), pero había una cosa que Eddie no era: no era estúpido.

Era un chico listo.

Lo iba a entender.

Lo entendió.

Miró a Roland a su vez, sonrió sin mostrar los dientes, hizo girar una vez en su dedo el revólver del pistolero, torpemente, como la parodia de la coda llena de florituras de un pistolero en un espectáculo circense, y luego se lo alcanzó a Roland, la culata primero.

—Esta cosa bien podría ser una palangana para lo que me iba a servir a mí, ¿verdad?

«Puedes hablar con talento cuando quieres —pensó Roland—. ¿Por qué eliges hablar estúpidamente tan a menudo, Eddie? ¿Es porque crees que así hablan en el lugar adonde fue tu hermano con sus armas?».

—¿Verdad? —repitió Eddie.

Roland asintió.

—Si te hubiera pegado un tiro, ¿qué le habría pasado a esa puerta?

—No lo sé. Supongo que la única forma de averiguarlo sería intentarlo y ver.

—Bueno, ¿qué crees que pasaría?

—Creo que desaparecería.

Eddie asintió. Era lo mismo que creía él. ¡Puf! ¡Desaparecida por pura magia! Ahora está, amigos míos, y ahora ya no está. No era en realidad diferente de lo que pasaría si el dueño de un cine sacara un revólver y le disparara al proyector, ¿no?

Si le disparas al proyector, la película se detiene.

Eddie no quería que la película se detuviera.

Eddie quería lo que le correspondía.

—Puedes pasar solo —dijo Eddie lentamente.

—Sí.

—Algo así.

—Sí.

—Te metes de un soplo en su cabeza. Como te metiste de un soplo en la mía.

—Sí.

—Así que haces autoestop para entrar en mi mundo, pero eso es todo.

Roland no contestó. Hacer autoestop era una de las expresiones que Eddie usaba a veces y que él no comprendía con exactitud… pero pescó el sentido.

—Pero podrías pasar en tu propio cuerpo. Como en el bar de Balazar. —Hablaba en voz alta, pero en realidad se hablaba a sí mismo—. Salvo que me necesitarías para hacer eso, ¿verdad?

—Sí.

—Entonces llévame contigo.

El pistolero abrió la boca, pero Eddie se apresuró en añadir:

—No ahora, no quiero decir ahora. Sé que podríamos causar un alboroto o algo por el estilo si aparecemos ahí de golpe. —Se echó a reír algo salvajemente—. Como un mago que saca conejos de su sombrero, solo que no hay sombrero, seguro. Lo sé. Vamos a esperar a que esté sola, y entonces…

—No.

—Volveré contigo —dijo Eddie—. Lo juro, Roland. Quiero decir, sé que tienes que hacer un trabajo, y sé que yo soy parte de ese trabajo. Sé que me salvaste el culo en la Aduana, pero creo que yo salvé el tuyo en el bar de Balazar… dime, ¿qué piensas?

—Creo que lo hiciste —contestó Roland. Recordó cómo Eddie se había levantado detrás del escritorio sin fijarse en el riesgo, y tuvo un instante de duda.



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